martes, 26 de mayo de 2009

Un yenesecuá

Hay días en los que uno debiera quedarse en la cama, tapadito hasta la línea de flotación, y levantarse solo de cuando en cuando, para ir a aliviarse al baño. Hoy, para mí, es uno de esos días.
Te cuento:
A una hora indecente de la mañana la caldera de mi casa ha expirado, descanse en paz, entre agónicos estertores. A tomar por saco mi ducha matinal diaria, hasta que se haga efectivo el milagro de Lázaro.
Después me he enterado de que tenía que haber asistido a una reunión importante que te pasas, jo tío. Reunión que me he fumado tranquilamente.
Como no hay dos sin tres; Javier Arguinsonís me ha llamado, para decirme que una de sus actrices se ha marchado de viaje fuera del mundo mundial. Así que el estreno de "Las Bolas Chinas" se ha visto pospuesto, sine die.
Y para rematar la faena, acabo de leer un correo que un señor me ha enviado, afeándome la entrada anterior.
Y he estallado. Tú dirás.
Si es que no aprendo. Hay que ver. Se me calienta el pico; y me lío a tirar tajos con la chaira, y al final acabo acertándole a alguien en el bajo vientre. Y luego pasa lo que pasa.
Resulta que este buen señor está ofendidísimo conmigo. Mira tú.
Que cómo puedo tener tan poca verguenza, me dice, de ir de liberal y de rojo, y de guay del Paraguay, y hacer sin embargo mofa, befa y escarnio de la heróica lucha, ya ves, de los esforzados jovenzuelos que posan defendiendo sus ideales, tan divinos, frente a la Plaza de Toros de Las Ventas.
Ellos y ellas. Oyes.
Que parece mentira que yo (¡Oh, Cielos, yo!) defienda la fiesta taurina y la trivialice, mari, y no me apiade del sufrimiento de los pobres animales.
Tal cual.
En alguna otra ocasión he padecido los ataques de gaznápiros integristas (échale un ojo a los comentarios de algunas de las entradas de mi blog anterior). Y debe irme la caña; porque leyendo a este señor he disfrutado más que Ernesto de Hannover de visita en una destilería.
Quede claro que, por norma general, no contesto a estas chorradas. Pero es que hoy, qué quieres que te diga, tengo un algo rondándome por la cabeza, un yenesecuá, que me pide a gritos que me desquite con el mundo.
Así que...
En primer lugar; mire usté, buen hombre, yo amo incondicionalmente a los animales. De todo tipo, incluido a algún que otro ser humano. Le partiría el alma a cualquier malnacido que maltratase a un perro, a un gato, o a un jilguero, pongamos por caso.
Pero creo también que no es lo mismo lanzar a una pobre cabra desde lo alto de un campanario (salvajada propia de neanderthales, y de algunos catetos de España), que enfrentarse a un morlaco de seiscientos y pico kilos, capaz de dejarte listo de papeles de una cornada en un decir Jesús. Y eso no me hace defensor de ninguna postura. Como ya dije; ésa no es mi guerra.
Y como me preocupé de intentar dejar clarito, creo que un hombre que se vista por los pies debe defender sus ideales, hasta el final. Y si estos consisten en despelotarse frente a una plaza de toros, para protestar, pues vale.
Y yo no voy de nada, querido señor. Si acaso; me revientan las criadillas los cobardes que, como usted, se amparan en el anonimato, en lo políticamente correcto, en el cójamela con papel de fumar, sirvuplé, no vaya a ser que alguien se ofenda. En ellos y ellas, políticos y políticas, guapos y guapas, jóvenes y jóvenas, oenegés y oenejás, etc...
No vaya usted a pensar que todos los que están a la izquierda son pacifistas, ni todos los que están a la derecha son terratenientes. No sea tan simple, por favor.
Y no me venga con demagogias baratas. Que hoy he tenido muy mal día, y no estoy para perder el tiempo con memeces.

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