domingo, 3 de mayo de 2009

Gracias, Constantino Romero

Hace un par de días me senté en mi sillón favorito, frente a la televisión (Dios bendiga el invento), y me dispuse a ver una película. Elegí "Van Helsing" por varios motivos: las películas de vampiros son ideales para pasar una noche de viernes, Hugh Jackman es un tipo que (generalmente) me gusta como actor y Elena Anaya... Jé, Elena Anaya me gusta siempre.
No habrían pasado ni diez minutos, cuando tuve la certeza de que el guionista debía ser consumidor habitual de algún tipo de sustancia tóxica (muy tóxica), y que iba puesto hasta las trancas cuando parió aquello. Por otra parte; teniendo en cuenta lo que se tarda en escribir un guión, el pedo (aparte de contundente) debió ser largo de narices. Y debió darle para invitar a todo el equipo (y a los productores), porque no concibo que alguien sobrio (o en su sano juicio) sea capaz de embarcarse en semejante bodrio.
En resumen: no había vivido una experiencia tan traumática desde que escuché cantar a Pierce Brosnan en "Mamma Mia!"
Miré las punteras de mis pantuflas, casi vencido por el desánimo. Y ahora; ¿Qué?
Tras el zapping de rigor (no hay que decir que no encontré nada potable) rebusqué entre mis queridos DVDs. Quizá pudiera matar el rato con algunos capítulos de una teleserie, o quizá...
Y de repente; lo ví. Allí estaba; mirándome fíjamente. Una vieja película de la Warner (1971), con un Clint Eastwood aún joven apuntandome, con su Magnum, directamente a la jeta. Era "Harry el Sucio", de Don Siegel.
Me sacudió un escalofrío de placer.
Huelga decir que la disfruté con palomitas, cerveza y una sonrisa más ancha que la de un marinero en día de permiso.
Como estaba de buen humor, decidí curiosear en los extras y me tragué incluso las entrevistas.
Y al escuchar a Eastwood, consigo mismo y con su mecanismo, caí en la cuenta: ¿Dónde está su voz? ¿Dónde está Constantino Romero?
De repente; el Hombre sin Nombre, el Jinéte Pálido, había desaparecido. Ése rostro familiar, ésas maneras tan conocidas, eran las de un extraño. ¿Quién coño era ese tipo? ¿Cómo se atrevía a usurpar al mismísimo Clint Eastwood? ¡¡Qué desfachatez!!
Volví al menú. Seleccioné una escena, al azar. Escuché al viejo Callahan con su voz de siempre. Con la que yo recordaba desde que, de niño, me acurrucaba en el sofá, junto a mis padres, y me quedaba embobado viendo la tele (Dios la bendiga, por cierto).
Los hay puristas (porque ahora mola mazo ser un intelectual del copón, y ver cine en versión original. Que cómo no nos hemos dado cuenta antes, fíjate, de lo paletos que somos. Nosotros; al revés del mundo). Y los hay que se indignan, y todo, y sermonean desde sus columnas de opinión.
Pues me vas a perdonar, pero yo no soy capaz de ver Heidi, y escucharla hablar en japonés (idioma que, mira tú, no hablo). Y James Earl Jones posee una voz de la leche, no te digo que no, pero Darth Vader tendrá para mí, SIEMPRE, la voz de don Constantino Romero.
Y Natalie Portman habla con la voz de Graciela Molina (actriz pelirroja guapísima, por cierto, que además dobló al protagonista de "Aquellos maravillosos años". Ah; y a la que puedes ver en el corto "El Hombre Esponja").
¿Y sonaría igual Ben Stiller sin la voz del maestro don Pablo del Hoyo? Pfffff...
El caso es que, y con ésto ya termino, la otra noche me fui a la cama pensando en mis viejas películas, y en mis viejas (y no tanto) series de televisión. Recordando los matices de tan maravillosas voces. Sabiéndome un paleto recalcitrante (sí), y estando orgulloso de serlo.
Me acosté murmurando: "Gracias, Constantino Romero".

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