lunes, 26 de abril de 2010

Johnny and me

En escena; una silla y una actriz.

Faith, de pie, juguetea con el bolso. No es la primera vez que acude a la consulta de su analista, la doctora Chase, pero se muestra nerviosa. Le ocurre en cada sesión. Avanza tímidamente, como pidiendo permiso con cada músculo de su cuerpo.

Faith:

Doctora, ehem, doctora Chase. Sí. Er... Yo, verá; yo, yo siento el retraso. El, el metro. Está, ya sabe, el centro está imposible a estas horas. Había en el andén, además, una mujer. Una negra muy grande, con un vestido de flores y un carrito de la compra lleno de trastos que ha amenazado con tirarse a la vía, y se ha organizado un caos. Tenía; la negra digo, tenía unas tetas enormes. No me imagino lo que debe ser tener unas tetas así de grandes. Debe ser muy incómodo. Pesado. Pesaaaado. Debe doler mucho la espalda. Claro que, igual, tiene sus ventajas. Porque debe verse el mundo desde una cierta distancia; ¿No? Es como, en fin; una puede parapetarse tras sus tetas y verlo todo como si estuviera viendo la tele. Allá, un poco lejos. Y si te paras a pensarlo, quizá no sólo las tetas te sirvan para ganar algo de espacio. A lo mejor una nariz grande, pero grande, un pedazo de nariz, también te lo permite. Mi Johnny no tiene la nariz grande, es más bien chata. Y así como redonda al final, en la punta. Pero tenemos un amigo, Spencer, que tiene una nariz enorme. Mi Johnny solía decir que Spencer siempre parece estar triste, pero yo creo que no. Que es la nariz; que le pesa tanto que tira de su rostro hacia abajo, y le da una expresión como de actor francés, de los de antes. (Se echa un poco hacia adelante, para escuchar). ¿Qué? Sí, claro. Sentarme, claro. No, no. Hoy tampoco quiero echarme en el diván, doctora. No estoy a gusto en el diván, ya lo sabe. Usted me mira desde arriba, apuntando en su bloc de notas, y yo no sé qué decir. Bueno; lo cierto es que nunca sé muy bien qué decir, por eso hablo tanto. Mi Johnny dice que eso es un defecto que tenemos todas las personas; que hablamos mucho y no decimos nada. Yo prefiero hacer como siempre, doctora, si no le importa. Prefiero sentarme en la silla, y así la tengo a usted enfrente mía, y puedo mirarle a los ojos. Ahora que caigo; usted lleva gafas... No sé; se me ha ocurrido que quizá las gafas también te ayuden a aislarte un poco...

Faith cuelga el bolso en la pata de la silla y se sienta.

¿Cómo debe ser? (Ríe) Pensaba, doctora, en cómo debe ser intentar besar a un hombre con una nariz tan grande. ¿Se llegará bien a los labios? ¿Usted ha salido alguna vez con alguien con una nariz muy grande? ¡Uy, perdón! Lo siento, qué indiscreta soy. No, no quería... Ya sé que soy yo la que debe hablar. Perdone. Y ya puestos, pienso que también tiene su cosa el intentar abrazar a una mujer con las tetas tan grandes como las de la negra del metro. (Intenta hacerse a la idea) ¿Sabe? Yo, yo llevaría peor lo de no poder abrazar a mi pareja. Peor que lo de los besos. Porque; al fin y al cabo, un beso lo puedes dar en la mejilla... Pero no poder abrazar a aquél a quien quieres... Debe ser frustrante. Claro que si no te llegan los brazos, pues ya me contarás... (Escucha, atenta a su interlocutora). Pues... no sé. No sé dónde nos quedamos en la última sesión. Debe tenerlo usted apuntado ahí, en su bloc; ¿No? Ah, que le cuente lo que yo quiera... ¿Pues no le digo? Si me hace a mí hablar y hablar, sin orden ni concierto, no sé lo que soy capaz de contarle. ¡Cualquier cosa! No sé... ¡Ah, sí! Sí. Ya he terminado de ir a la rehabilitación. Mi fisioterapeuta dice que casi he recuperado toda la movilidad del brazo. Dice que tengo mucha suerte, que de como estaba cuando salí del hospital, a como está ahora... No olvide, doctora, que mi Johnny me lo rompió por tres sitios (Mira su brazo y lo mueve, casi como si le costase creer que aún está ahí). Y ya casi no me duele. Dentro de poco podré empezar a reducir la dosis de los analgésicos. No me gustan las pastillas. Detesto las pastillas. Lo paso fatal para tomármelas. Tengo, tengo que deshacerlas en agua y añadir un poco de azúcar y, aún así, se me quedan aquí en la garganta, a veces, y no pasan. Yo decía; ¿Sabe? Yo le decía a mi médico que si, en vez de las pastillas, no podría tomarme algún traguito de bourbon, de vez en cuando. Cuando doliera. (Ríe). No, mujer, es broma. No puedo tomar alcohol, me sienta fatal. Soy, soy capaz de emborracharme con un pedazo de tarta al whisky. ¿Sabe que mi médico, no sé si se lo he contado, sabe que se llama doctor Waksman? Doctor Waksman, sí. Pero como el pobre tiene frenillo, y cecea al hablar, cuando pronuncia su nombre parece que dice Walkman, en lugar de Waksman. Yo le decía: “Doctor Walkman; ¿Puede usted ponerme algo de Elton John?” Y él se reía. Cada vez que yo le hacía el chiste. Es muy agradable, el doctor Walkman. Muy simpático. Pero muy feo. Claro que de eso no tiene la culpa, el pobre. Sí, si tengo noticias de mi Johnny. Su hermano Frank fue a verle, a la cárcel, la semana pasada. Dice que está muy desmejorado. Muy delgado... ¡Dice que se ha hecho un tatuaje, aquí, en el brazo! ¡Un tatuaje, como los presos de las películas! ¿Qué se habrá tatuado? Frank no me lo quiso decir. ¡A lo mejor se ha tatuado mi nombre! ¡Seguro! Porque debe echarme de menos, claro. Mi Johnny no es mala persona, yo siempre lo he dicho. Lo que pasa es que no sabe beber. Bueno; y que vivir conmigo también tiene su aquél, claro. Me tiene preocupada, mi Johnny. No sé; tanta gente metida allí dentro, revueltos... Y cada uno de su padre y de su madre... Que puede pillar cualquier cosa. ¡Una, una hepatitis, o algo así! ¡Y mi Margaret cumplió años anteayer! Seis, cumplió seis añitos... Está más bonita... ¡Para comérsela! ¡Espere, que le voy a enseñar una foto de mi Margaret! ¡Ya verá, ya!

Faith rebusca en su bolso y, al cabo, saca un monedero. Lo abre y enseña la foto de su pequeña.

¿Ve? Está guapa mi bizcochito; ¿Verdad? Yo no sé a quién habrá sacado los ojos así, tan azules. Yo no tengo los ojos azules, y mi Johnny menos. Y no recuerdo que nadie de mi familia tenga los ojos de un azul tan... No sé; de un azul tan puro, tan bonito. Pienso que nunca estamos de acuerdo con lo que tenemos; ¿No le parece? La gente que tiene los ojos bonitos siempre se queja de que los demás sólo se fijan en ellos, y en nada más. ¿Se ha dado usted cuenta? Y yo pienso que deberían estar agradecidos. Yo creo que los ojos hablan más de una persona que cualquier otra parte de su cuerpo. Y por eso, por eso creo que hay gente que se empeña en ocultarlos. Hay, bueno, hay gente que baja la cabeza cuando se dirige a ti, o que desvía la mirada cuando habla... Y luego hay gente que gesticula mucho. (Hace aspavientos con sus manos). Mueve, mueve así las manos, como los magos, o como los italianos de las películas. Como para que te fijes en sus gestos y no les mires a la cara. A mí eso me pone muy nerviosa. Mi madre me enseñó que hay que mirar de frente. Por eso no me gusta el diván. Y eso que yo he pasado mucho tiempo con la cabeza gacha. Pero bueno... Ayer hice un bizcocho, de chocolate, y mi Margie me estuvo ayudando en la cocina. Se puso... (Ríe). Se puso perdida, claro. Toda la cara llena de chocolate, y las manos, y la ropa... ¡Qué trasto! Nos lo pasamos muy bien, las dos juntas. Es curioso; pero mi niña ya no pregunta por su padre. No creo, por Dios, que le haya olvidado, pero quizá ya no le inquieta tanto que él vuelva. Después de todo; los niños son, son como de goma; ¿Me entiende? En más de un sentido... Una vez leí que un crío se había caído desde una ventana de un cuarto... ¿O era de un quinto piso? No sé, una burrada... ¡Y no se había hecho ni un rasguño! ¿Puede creérselo? Un milagro, dirá usted. Yo digo que son de goma. A lo mejor las heridas de dentro, esas que no se ven, cicatrizan después en ellos... No sé. El otro día mi Margie hizo un dibujo, en el colegio. Muy bonito, con muchos colores. Le habían pedido que pintase a su familia y ella nos dibujo a las dos. Sólo a las dos. Su padre no aparece por ningún lado. Yo no le pregunté, qué quiere que le diga, doctora. Me limité a ponerlo en la puerta de la nevera, sujeto con un imán. En fin... ¿Sabe, sabe una cosa? Venía leyendo en el metro una revista, una revista de esas de divulgación científica... Alguien debió dejársela olvidada en el asiento, yo no puedo malgastar mi dinero en revistas, y mucho menos científicas. El caso es que venía un artículo acerca de las hormigas... ¡Se lo juro, de las hormigas! Me pregunto cómo es posible que haya alguien que tenga como profesión estudiar a las hormigas... ¡A las hormigas! Y además, digo yo; ¿Para qué? ¿Qué saca nadie en claro estudiando a las hormigas? No puedo entenderlo. El caso es que el artículo decía cosas muy curiosas. Por ejemplo; que las hormigas son el insecto más listo, el más organizado, el más trabajador, el más numeroso y fecundo. ¿Sabe que son más antiguas que los humanos? ¿Sabe que, por ejemplo, las hormigas sólo pueden caerse de su lado derecho? Se lo juro, lo dice tal cual. Digo yo; ¿Quién asegura eso? ¿Es que algún tipo se ha pasado las horas muertas mirando a las hormigas, a ver si es cierto que todas se caen del mismo lado? ¡Venga ya! Esto viene a cuento porque yo cada día soy más escéptica, doctora. Pues no sé; con todo, en general. Escéptica. Así; sin más. A ver; ¿Por qué tengo yo que creerme que el hombre está emparentado con el mono? ¿Eso quién lo dice? Si fuera con el cerdo, pase. Pero con el mono... Por otra parte; el ser humano tiene la costumbre de elaborar teorías con el único fin de echar por tierra las que ya existen, me parece a mí. Si uno dice que la mantequilla es buena, siempre habrá otro que diga que es perjudicial para, yo qué sé, para el colesterol o, o para algo. Si una cree en Dios, ya vendrá alguien a decirle que no, que Dios no existe. Que sólo somos un montón de sustancias químicas, bien mezcladitas... Ya no sabe una en qué creer, así que lo mejor es hacerse escéptica. Debería fundar un partido político; “Unión de Escépticos”. Claro que la política me suscita un escepticismo de la leche, así que debería abandonar el partido casi al mismo tiempo de fundarlo... Que no, que no. Que a mi parecer; vivimos muy engañados, doctora. Mire, por ejemplo; la televisión. Cuando anuncian las cremas esas anti edad: “Resultados visibles en el ochenta por ciento de las mujeres”. O sea; que si te toca ser de las del veinte por ciento restante, estás jodida; ¿No? O la teoría esa de que el chocolate es afrodisíaco. El chocolate no es afrodisíaco; sólo produce remordimientos. Claro que no sé por qué estoy diciendo esto porque, después de todo, yo creo en Dios, doctora. Bueno, no sé si realmente creo en Él, o lo que me pasa es que padezco del sentimiento de culpa típico de mi represiva educación católica. No, la frase no es mía. Es de Paul, mi primer novio. Le he hablado ya de Paul; ¿No, doctora? El comunista sindicalista. Cuando yo le conocí llevaba el pelo largo y barba, e iba a cambiar el mundo. En fin, ya sabe usted; cuando uno tiene quince años es fácil pensar que el mundo puede cambiarse. (Ríe). Acabó casándose con una compañera de instituto. Con la dentona de Liz Robbins... Por la iglesia, naturalmente. Y tuvo un par de hijos. Creo que ahora trabaja en un banco... Bueno; pues la frase es suya. Hablaba muy bien, Paul. Tenía una voz muy bonita. A mí siempre me han fascinado las personas con una voz bonita, pero me han dado siempre algo de miedo. Es como, es como si fueran capaces de hipnotizarte... Porque la voz es un instrumento, y los instrumentos están ahí para ser utilizados. Así que es lógico que un sindicalista tenga una voz bonita; ¿No? Una duda que yo tengo, doctora; ¿La Serpiente del Edén sería también sindicalista, o era sólo que tenía una buena voz? No, no, no me mire con esa cara. Después de todo; lo que hizo fue incitar a Adán y Eva a que se rebelasen contra la patronal. Y así les fue... Seguro que esa Serpiente ahora también trabaja en un banco. Sí; tiene usted razón, estoy divagando. ¡Pero yo ya se lo advertí, que conste! Que si usted me deja a mí a mi aire... ¿Qué? ¿Qué por qué le he pedido que cambie la hora de nuestra sesión? ¡Qué tonta, si aún no se lo he dicho! Perdone, no sé dónde tengo la cabeza. Pues porque he empezado a trabajar, doctora. Hace una semana. Me va... bien, supongo. Todo lo bien que le puede ir a una en una fábrica de enlatado de conservas, digo yo. De todas formas; a estas alturas, el hecho de tener un trabajo ya es como para sentirse afortunado. No sé; bien, ya le digo. Entro a las ocho de la mañana, y salgo a las cuatro de la tarde. Estoy en la cadena de vacío. Las compañeras son simpáticas y el encargado es un hombre muy agradable. No, no, con el brazo bueno me apaño bien, de verdad. Yo no puedo permitirme estar de baja; ¿Quién le daría de comer a mi Margie? No, no. El subsidio del estado también se agota, doctora. ¿Qué? Perdone; no le había entendido. Sí, mi hermana continúa viviendo con nosotras. Y no creo que se mude, al menos de momento, lo que es una bendición. Si no fuera por ella, no sé cómo me las apañaría con Margie. Mi hermana continúa saliendo con ese chico del que le hablé; Bob. Parece muy buena persona, y tiene un buen trabajo. Aunque también parece un poco lelo. ¿Cómo? ¿Buscar otro trabajo? ¿Yo? Quite, quite, doctora. ¿Dónde voy a ir yo? ¿A fregar escaleras? ¿A limpiar en una casa? ¿De baby sitter? Yo no tengo estudios, doctora. Ni están ahora las cosas como para andar jugándose el pan. ¿Qué? ¿Que si tengo alguna habilidad especial? Sí; me sienta bien el azul, no te jode. Perdone, se me ha escapado. Deje, deje, de verdad. Estoy bien como estoy. ¿Qué habrá pasado con la mujer del metro? Me estaba acordando ahora de ella. ¿Se habrá suicidado? ¿Qué puede pasarle a una por la cabeza para querer suicidarse? Encontrarse sola, supongo. No hay nada peor que la soledad; ¿No le parece? A lo mejor es eso; que está sola, la pobre. Que sufre de falta de cariño. Que no tiene quien la abrace. Bueno, y aunque tuviera a alguien, con esas tetas... La vida es como es, que dice mi Johnny.

Yo tenía un sueño, de pequeñita. Soñaba que tendría muchos hijos, y un marido guapo y cariñoso. Tendríamos un piso en Londres, y a lo mejor una pequeña casita en el campo. Me veía yendo a comprar al mercado y hablando con las vecinas, de jardín a jardín... Me hubiera gustado ser cocinera y quizá, por qué no, tener mi propio negocio. Un pub pequeño, donde se sirvieran comidas caseras. Mi Johnny tiene mucho don de gentes; ¿Sabe? Además de ser un gran mecánico, tiene un pico de oro. Y eso es lo que hace que los clientes vuelvan; ¿No le parece? Cuando le fue mal en el taller, podría haberse venido al pub, o... ¡No, mejor! ¡Podría haber sido él quien hubiera dejado el taller, antes de que le echasen! Quizá nos hubiera ido mejor... Pero eso nunca lo sabremos, claro. Porque como dice mi Johnny, la vida es como es. ¿Usted es creyente, doctora? ¡Ay, perdone, ya lo he vuelto a hacer! Disculpe. No, si yo se lo preguntaba porque mi vecina, la señora Neville, me contó el otro día una cosa... Bueno; es una tontería, usted verá, pero me ha dado que pensar. Verá; la señora Neville es una ancianita típica inglesa. De las estándar, que diría mi Johnny. Es una mujer chiquita y arrugada, de ojillos pequeños y vivos, y de pelo gris ceniza, recogido siempre atrás, en un moño. Es la amabilidad en persona; se deshace en sonrisas al hablar. No sé si a usted le pasa, doctora, pero a mi no me gusta la gente que sonríe tanto. Siempre creo que la gente que más se esfuerza por ser amable, es la gente que más tiene que ocultar. A veces no puedo evitar pensar que la señora Neville esconde algún secreto terrible... No sé, algo así como que hace tiempo se cargó a su marido, y guarda sus restos momificados en el salón. Como Norman Bates con su madre. En fin; el caso es que la señora Neville me contó que el Domingo pasado había asistido al funeral de su cuñado, en Gloucester. Su cuñado había pedido ser incinerado y, al término de la ceremonia; les dieron los restos en una urna, que se llevaron a casa. La hermana de la señora Neville debe ser bastante mayor que ella, y seguramente se le está yendo la cabeza a la pobre, qué pena llegar a viejo; ¿No le parece? Bueno; pues cuando llegó a casa reanudó sus rutinas habituales; porque la vida sigue, claro, y hay que tirar para adelante. Total; que la señora Neville me contó que su hermana le había llamado el otro día por teléfono, echa un mar de lágrimas. Parece ser que, al ir a cambiarle la arena del cajón a su gato, se había equivocado, y lo había rellenado con las cenizas de su difunto esposo. Imagínese, doctora, los restos mortales del pobre señor empapados en meados de gato. Que por eso le preguntaba yo si usted es creyente. Porque si es verdad que todos tenemos un alma, la del pobre hombre debe estar bastante cabreada; ¿No le parece? Es una cosa terrible, esto de la muerte, creo yo. Pensar en ello me da escalofríos.

¿Cómo? ¿De verdad que no le había contado nunca que me hubiera gustado tener una casita en el campo? Vaya... Pues sí. Quizá es porque, de niña, pasaba largas temporadas en casa de mis abuelos. Mi abuelo era campesino y tenía unas pocas tierras. Nada muy grande, no se crea, pero les daba para vivir. Recuerdo una vez que estábamos jugando y me picó una abeja... Me hinché, me hinché y me faltaba la respiración, y tuvieron que llevarme al hospital. Entonces; mi abuelo arrancó todas las flores. Porque mi abuelo plantaba flores, combinándolas con la cosecha, para atraer a las abejas. Las abejas se comen a las orugas y así se controlan las plagas; ¿Sabe, doctora? Bueno; pues arrancó todas las flores. A mí me dio mucha pena. Claro que entonces yo no comprendía que, a veces, hay que hacer sacrificios, si se quieren evitar males mayores. Una tiene que callarse, después de la primera bofetada, si quiere evitar que le den la segunda. Mi madre siempre decía que es una gran desgracia ser mujer. Yo creo que no. Yo creo que la vida es como una partida de cartas, y que sólo depende de la mano que lleves. Hombre; si llevas mala mano estás jodida, claro. Pero también es lo que digo yo; que ninguna racha, ni buena ni mala, dura para siempre; ¿No le parece? Mi hermana dice que es una cuestión de Karma. ¿Sabe usted lo que es el Karma? ¡Ah! Bueno; pues yo no lo sabía, así que me fui a buscar la definición al diccionario. Escuche, escuche, que me impresionó tanto, que me la he aprendido de memoria. Verá, ehem; “Karma: En las religiones de la India, mecanismo de retribución de los actos al que está sometido cada individuo y que condiciona su futuro escatológico.” Su futuro escatológico; ahí es nada. O sea; que depende de lo que hayas hecho en tus vidas pasadas; así te va a tocar, o no, un futuro de mierda. (Ríe). ¿Qué? ¿Cómo dice, doctora? Ah, que escatológico “también se usa para tratar lo concerniente a la vida de ultratumba”... Anda; quién lo diría... Pues ni idea; mire. ¡Hay que ver cuánto sabe usted, doctora! Qué envidia me da la gente tan lista. O bueno; la gente tan culta, la gente que sabe tanto... Yo no he podido, pero mi Margie sí que va a acabar sus estudios. Aunque me cueste la vida. Me gustaría que fuera médico, o abogada... Y quiero que viaje, que viaje mucho. Es una gran cosa eso de viajar, y conocer mundo; ¿No le parece? Claro que para eso hace falta mucho dinero. Mi hermana se fue de vacaciones hace unos años a España, a un sitio que se llama La Costa Brava, o algo así. Le gustaron el sol y la playa, pero decía que era como estar aquí, en Gran Bretaña. Con la única diferencia de que la gente allí va desnuda por la calle. No, no en toda España, imagino. Supongo que sólo allí, en la Costa, en La Costa Brava. Bueno; pues decía que se gastó una pasta. Teniendo dinero, creo yo, puedes hacer casi cualquier cosa. ¿Qué? ¡Hombre, claro que el dinero es lo más importante de este mundo, hágame caso! Hay gente que dice que el dinero no da la felicidad. ¡Tonterías! ¡Claro que no la da! ¡Con el dinero se compra la felicidad! ¿Usted no lo cree así? Pues déjeme decirle una cosa; doctora. Yo creo que todos, en general; somos, somos unos hipócritas; ¿No le parece? Si yo a usted le pregunto ahora mismo si prefiere vivir siendo asquerosamente rica, o pobre como una rata... Bueno; pues ignoro lo que me contestaría, así, de primeras; pero estoy segura de saber con cual opción se quedaría ahí, en su interior. Yo sí; yo sí se lo digo sin rubor ni vergüenza: a mí me gustaría ser asquerosamente rica. Y me gustaría ser más alta, y más joven, y tener el culo más firme y el vientre plano. Y no me gustaría seguir viviendo de alquiler, en un piso de mierda, ni tener que seguir viajando en el metro. Ni mirar a mi hija sin saber si mañana voy a estar junto a ella, si voy a poder seguir cuidándola. ¿Que por qué? ¿Por qué digo esto? ¿Me toma el pelo? ¿Sabe lo que pasará cuando mi Johnny salga de la cárcel? ¿No? Pues yo se lo diré; que vendrá a buscarme. Ni orden de alejamiento, ni nada. Mi Johnny vendrá a por mí. Porque lo único cierto en esta vida es que los hombres jamás nos dejan del todo. Jamás nos dejan. Y cuando mi Johnny salga; no podré esconderme. Y si sólo va a por mí... Bueno; pues vale. Pero si va a por mi Margie... Pues entonces seremos; o él o yo. No, no. No me mire así. Me mira como si estuviera mal de la cabeza. No soy una loca. Sólo soy una mujer. ¿Tiene usted hijos? Sí; esta vez le pregunto a propósito. ¿Tiene usted hijos? ¿No? ¡Ah, vaya! Qué curioso... Pues verá; es algo que he observado, doctora. Cuanto más humilde, más pobre, más analfabeta y simple es una; más hijos tiene. Cuanto mejor está situada social y económicamente... Pues eso; menos hijos. Ninguno; habitualmente. Es curioso. Pero no pasa nada; no estoy censurándola. Alguien tiene que perpetuar la especie. A algunas nos toca hacer el papel de hormigas; ¿No? (Ríe). ¡Hay qué joderse! No, pensaba en cómo es posible que alguien que no ha experimentado determinadas emociones o experiencias, viva de dar consejos sobre ellas a los demás. Como usted; doctora. Pero no se sienta incómoda, que no estoy juzgándola. Es ésta vida, que no la entiendo muy bien. Nada más.

Yo tuve dos abortos antes de dar a luz a mi Margie; ¿Lo sabía, doctora? ¡Ah, claro; que viene en el dossier que le pasaron los de los Servicios Sociales! Pues sí; dos abortos. A mi primer niño lo perdí un diez de Febrero. Mi Johnny llegó a casa a las tres de la mañana, borracho. Discutimos. Me dio de puñetazos; la mayoría en la barriga. Parte de ese crío se fue por la taza del váter del piso en el que entonces vivíamos. (Sonríe, tristemente). Pasé el catorce de Febrero, el Día de Los Enamorados, tumbada en la cama de un hospital. Cuando perdí al segundo, mi Johnny estaba trabajando en Liverpool. Les habían encargado montar unas máquinas y tuvo que irse. Porque no sé si le he dicho ya que mi Johnny es muy buen mecánico. Ese día yo estaba comprando, en el mercado. Oí un grito a mi lado, y una mujer me tomó del brazo y me hizo mirar hacia abajo. A mis pies había un charco de sangre. Yo no me di ni cuenta; se lo juro. Nunca he sabido qué pasó. Pero esa criatura también se me fue. Era Junio. Mire, bien pensado; sí que va a servir de algo aquello de estudiar a las hormigas. Aunque lo mío no es que tenga mucha explicación, que digamos. Déjeme preguntarle algo; ¿A usted le gustaría tener los ojos azules? No, no; es una tontería. Pensaba que mi Margie es tan distinta a mí; que quizá su destino no tenga nada que ver con el mío. Quizá su Karma no le depare un futuro de mierda, como a mí, y sea todo aquello que yo quiero que sea, y todo aquello que ella quiera ser. Igual estaría bien que fuera lesbiana... No sé; otra vez estoy divagando. Le advertí de que no era buena idea dejarme hablar a mi aire. Le miro a la cara a usted, doctora, y puedo ver que está deseando echarme. La he molestado, sin duda. No era mi intención, puedo prometérselo. Pero a éstas cosas se arriesga uno cuando sienta en una silla a una persona, y le pide que desnude su interior. Y yo, que hablo mucho. Que hablo demasiado; ¿No, doctora? Usted perdone. Mire; le voy a contar algo gracioso. Yo tengo la costumbre de salir al parque con mi hija a poco que un rayo de sol asome. Es una costumbre muy inglesa esta; ¿No le parece? Yo creo que por eso ha sido lo de las Colonias, que nos hemos pasado la vida buscando el sol. O quizá huyendo de nosotros mismos, de nuestras nieblas y de nuestras brumas. El caso es que cerca de mi casa hay un parque, pequeño. Es la nueva onda en el urbanismo; ¿No cree? Hacer más parques. Y más glorietas. El caso es que el año pasado, y cumpliendo con el ritual; comenzamos a frecuentar ese parquecito. A las horas en las que lo hacíamos coincidíamos con un hombre joven, guapísimo, de pelo negro frondoso y ojos almendrados. De piel canela y manos grandes. Cómo me gustan los hombres con las manos grandes, doctora. Las manos es lo primero que miro en un hombre. Bueno; y el culo, claro. El caso es que aquel hombre llevaba a un niño al parque, de la misma edad de mi Margie, calculo yo, a la misma hora a la que íbamos nosotras. Yo me sentaba en un banco, a comer pipas, y él se enfrascaba con algún libro en algún otro banco, nunca muy lejano al mío. Yo mondaba y mondaba las pipas, y él hundía la nariz en su lectura. Cuando yo levantaba la mirada hacia él, y él me descubría, yo aceleraba el ritmo, y me ponía perdida con las cáscaras. Cuando pasaba lo contrario; cuando era yo quien le cazaba observándome a hurtadillas, él se removía inquieto, y fingía estar muy concentrado. Pero concentradísimo; ¿Eh? Hasta que un día mi Margie, con la candidez y la inocencia propias de los niños, se hizo amiguita de aquel crío. Y me lo vino a presentar; ¡Como su novio! Imagínese, doctora. Y detrás de mi Margie, y de mi futurible yerno, apareció aquel hombre guapísimo. Y nos presentamos, y se sentó a mi lado. Olía a limpio. A jabón y a un toque de colonia. Tenía dientes blanquísimos aunque sonreía poco, si bien lo hacía con una sonrisa casi infantil. Charlamos. Yo dije muchas tonterías, creo. Y él dijo muchas más; de eso estoy segura. Coqueteamos, como dos colegiales. Yo tenía las mejillas ardiendo, doctora, se lo prometo. Me sentía como una quinceañera boba. Supongo que estaba henchida de orgullo, porque a todas nos gusta suponer que somos irresistibles. Capaces de conquistar a un pedazo de hombre como el que tenía yo a mi lado entonces. Los niños jugaban, y nosotros hablábamos. Me propuso tomar algo en una cafetería cercana, y seguir charlando. Acepté. Me resultaba muy agradable pasar un rato tranquila, mirando de frente a alguien y, durante un rato, olvidarme de recibos, de problemas, de discusiones... Usted ya me comprende. Y a lo mejor hasta comencé a fantasear, suponiendo que existía la posibilidad de que tuviéramos una aventura, fugaz, prohibida, romántica e imposible. Hubo un instante en que nuestros dedos se rozaron; nada, fue apenas un segundo, pero a mí se me aceleró el corazón, se me desbocó. Él se dio cuenta, por supuesto. Y tomó mi mano entre las suyas. Y entonces me asusté, usted verá, y la retiré. Y como soy tan bocazas como soy, que a cuenta de eso viene toda esta historia, pues le dije que no se equivocase conmigo, que yo era una mujer casada y que no iba a ser infiel a mi marido... Y no sé cuantas cosas más. Él me pidió disculpas, me dijo que yo le había malinterpretado, que él también tenía una relación estable y que no era su intención. Sacó su billetero, y de él una fotografía que me mostró. Me sentí algo confusa, porque me tendía la foto de un hombre, rubio, de grandes bigotes... Se me parecía, se va usted a reír, se me parecía a Astérix, el personaje de cómic. Me dijo que era su pareja. Así que mi pedazo de hombre, tan guapo, era gay; ¿Se da cuenta doctora? (Ríe). Pues que quedé como una idiota. ¿Qué? ¿El niño? El niño era hijo de su novio, que había estado casado antes de conocerle. Así que ya ve; no me tome usted demasiado en serio, porque yo hablo demasiado. Para luego no decir nada, claro. No sé, no sé cómo vamos, con la sesión digo, supongo que al haber llegado un poco tarde, debemos estar casi acabando; ¿No, doctora? Ah, que aún nos queda un ratito... Bien. Parece... Parece que estos días hace mejor tiempo; ¿No? Al menos; ha salido el sol. Hace un frío del demonio, pero ha salido el sol. Los días así están para salir a pasear, al parque; ¿No le parece? Están para aprovecharlos con la familia. (Sonríe, tristemente) Con la familia... Oiga; doctora. ¿Usted cómo, cómo cree que estoy? Quiero decir; ¿Me encuentra usted mejor? ¿Me estoy recuperando? ¿Está sirviendo esto para algo? Porque yo no quiero engañarla, doctora, pero es que no las tengo todas conmigo. Yo no sé si esto de sentarme aquí a charlar con usted tiene alguna utilidad. Sí; yo me desahogo, estamos de acuerdo, pero... ¿Cómo? ¿Que si a mí me sirve de algo? Verá; doctora, no esperaba yo que usted contestase a mi pregunta con otra. Pues... No sé. Supongo que sí. Al hablar de las cosas, al sacarlas afuera, parece que les restas una parte de su importancia; ¿No? Es como... Verá; a mí me sucede en ocasiones que tengo aquí dentro, en mi cabeza, algo que me da vueltas y vueltas, y cuantas más vueltas da, va creciendo más y más; ¿Me entiende? Y entonces se me agarra al pecho, y me da así como una angustia... Y luego, cuando hablo de ello, cuando se lo cuento a usted, por ejemplo, o a mi hermana, pues es como que se deshinchara, como que ya no fuera tan grave. Llego a pensar: “Qué boba, si después de todo no es para tanto”. No; es que me preguntaba si aún me queda mucho de terapia. Sí; ya sé que la ley marca un plazo, y que aún no lo hemos cumplido, pero como usted puede prorrogar ese período, si lo considera oportuno, pues... ¿A mí? Pues la verdad es que a mí me da igual, doctora. Eso debe decidirlo usted; ¿No? Usted es la especialista... Ah, bueno, claro. Que ya lo veremos con la evaluación. Pues ya lo veremos con la evaluación... ¿Y falta mucho, para la evaluación esa? Ah... Ya. Voy a, estaba pensando que no voy a coger el metro en la estación de siempre. Voy a ir paseando hasta la próxima. Mañana voy a cocinar bacalao, y quiero parar en una tienda que conozco, porque tengo que comprar algunas cosas. ¿Sabe, sabe que dicen que donde mejor se cocina el bacalao es en Noruega? Yo pensaba que era en Portugal, pero parece ser que no, que es Noruega. Otra cosa igual; ¿Eso cómo se sabe? ¿Hay alguien que se dedica a ir viajando de país en país, probando la comida? (Pone voz de falsete) “Hum, la pasta en Italia, la carne en Argentina, el bacalao en Portugal... ¡No; quita, quita! Mejor en Noruega”... (Ríe). ¡Ay, doctora! Lo que yo le diga... Cada día más escéptica.

Faith se levanta de la silla. Se alisa el vestido y finge revisar por encima su bolso. Cuando ya no se le ocurre qué más decir; se apodera de ella la misma sensación que tenía al principio. Aquellos nervios mal disimulados.

Bueno; pues... Pues entonces me voy a ir; ¿No le parece, doctora? Porque ya sí que debe de ser la hora... Y no quiero que me cierren la, la tienda... Entonces, entonces hasta la próxima cita; ¿No?

Faith se da la vuelta. Hace ademán de salir, pero algo le hace girarse.

¿Qué? ¿Cómo dice, doctora? ¡Ah, sí! Sí, no se preocupe por mí. Estaré bien...

Oscuro.

(Este monólogo se estrenó, en su versión en español, en Madrid, en la sala "La Tirana Malas Artes". El 17 de Abril de 2010)