domingo, 24 de mayo de 2009

No entiendo nada

Ojiplático me hallo aún. Y lo que me queda, oyes. O sea.
Verás, te explico:
Resulta de que estaba viendo yo el telediario (que es lo que tiene ser artista, o artisto, que de vez en cuando te asomas al alféizar de la ventana más alta de tu torre de marfil, para ver como le va al pueblo llano; ya ves), y me he quedado de piedra viendo un reportaje en el que un grupo de jóvenes y jóvenas protestaban contra la fiesta de los toros, en pelota picada, frente a la Plaza de Las Ventas.
A ver; no me malinterpretes. A mi; ver a un grupo de chavales con sus piercings, y sus tatuajes, y sus pelos teñíos, y sus banderillas pegadas a sus carnes morenas, que se solidarizan un huevo con los pobres astados, me parece bien.
Y no voy a entrar en si es cruel, o no, una corrida. O si habría, o no, que prohibirlas. Ésa no es mi guerra.
Aunque tengo una idea muy personal al respecto.
En mi opinión; en una plaza un tipo se enfrenta, cara a cara, a un animal.
El hombre se juega la vida. Solo. Nunca amparado por la muchedumbre cobarde y acogedora, ésa que convierte en gallito al más mezquino. Está solo.
Y el toro tiene la oportunidad de llevarse por delante al hijoputa que le está atormentando.
A veces muere el toro. A veces el torero. Son las reglas. Punto.
Pero no hablaba de eso.
Después de ver el reportaje, en el que un periodista idiota preguntaba a un activista fashion de lo last que te peich, de los de P.E.T.A. de toa la vida (amos, por Dios), que qué creía él que sentía el toro cuando le picaban (te lo juro por Arturo), y el otro le decía, compungido mazo, que era incapaz de explicarlo con palabras, me ha quedado como un gusanillo dentro. Un reconcome.
Una mala hostia que te vas de vareta; para ser claros del todo.
Porque yo miro a mi alrededor, y veo una tasa de paro que crece día a día.
Porque después del desastre que provocaron Maravall y Solana con su L.O.G.S.E de los cojones, pocos son los menores de treinta años, y qué verguenza me da decir esto, capaces de citar de corrido más de tres ríos de España (y mucho menos ubicarlos geográficamente), y hasta para sumar deben echar mano de la calculadora. Y no hablemos de Historia, Lengua, Literatura...
Porque la Sanidad aquí (sí; aquí), se va a la mierda a paso de gigante (¿hablamos de las progresivas, y si no lo remedia nadie, imparables privatizaciones?). Y el causante es el pepé que comanda la señora doña Esperanza Aguirre.
Porque me piden, con todo el descaro del mundo, en la televisión (pública y privada), que marque en mi declaración de Hacienda la casilla que aporta beneficios a la Iglesia Católica, no destinándolos, por tanto, a causas sociales... digamos laicas.
Porque hay censura. Joder. En un país al que no puedo llamar España (Hispania, Hesperia), denominación con la que se conoce a este pedazo de tierra desde hace treinta siglos, porque siempre habrá algún gilipollas que me tildará (a un republicano por convicción, de toda la vida) de fascista. Manda huevos.
Y no veo que ningún soplavidrios se mueva, lo más mínimo, para intentar cambiar las cosas.
¿Dónde han quedado los movimientos que, inspirados tal vez por el Romanticismo, pretendían cambiar el mundo? ¿Dónde Woodstock, o Mayo del 68? ¿Dónde el punk, dónde la anarquía? ¿Dónde derribar muros y fronteras? ¿Dónde están aquellos luchadores? Sujetos con corbatas de seda.
Tengo ya canas en la barba y, a estas alturas; estoy convencido de que a un hombre solo le quedan sus normas, sus principios. Ésas reglas del juego que nunca se deben transgredir. Y a las que hay que ser fiel. Aquellas por las que hay que luchar hasta el final.
Así que si a un peliteñido, de piercing en la nariz, y tatuaje del Ché en el hombro, le da por jugarse el culo (bueno; más bien por enseñarlo) en defensa de los toros... pues vale. Olé sus criadillas.
Pero qué quieres que te diga...
Qué quizá ya estoy muy viejo. O que yo tengo una escala de valores distinta a la del común de los mortales.
O que, sencillamente; no entiendo nada.

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