sábado, 12 de septiembre de 2009

Un malentendido

Mi nombre es Martin Renfro, y nací en el barrio de Prospect Heights, en Brooklyn, hace treinta y cinco años. Debo decir, con no poco rubor, que mi infancia y mi juventud se vieron teñidas con la perniciosa tinta del fracaso más absoluto. Tanto es así; que ni siquiera supe ser el pardillo en el colegio. Siempre hubo otro más dotado. Pasé pues, mis primeros años, sin destacar en ninguna actividad. Inadvertido. De hecho; hubo un momento en que mi padre llegó a plantearse la posibilidad de llevarme al señor Chi, oriental experto en cirugías exprés, con objeto de sacarse un dinerillo en el mercado negro usando alguno de mis dos riñones, o de mis dos pulmones. O uno y otro al tiempo.
Afortunadamente; al llegar a la adolescencia, por fin, los veleidosos vientos del destino empujaron las velas de la desastrosa barca que era mi existencia rumbo a un puerto en el que, sin duda, podría atracar de forma segura: la interpretación. Tuve la revelación aquella mañana en que Johnny Wilcox, el matón de mi clase, me perseguía con la intención de alojar su bate de béisbol en un lugar de mi anatomía situado entre el hígado y las costillas, y le despisté quedándome quieto en una esquina y haciéndome pasar por un ficus retusa.
Lo supe entonces: Talía y Melpómene habían unido sus fuerzas y me habían dado el don.
Marché en busca de mi futuro, estudiando en las más prestigiosas escuelas, con los más reputados maestros.
Hice un curso de "Estulticia Manifiesta" en París, con madame Mimí Foulle, y me gradué en "Expresiones Hieráticas" en la prestigiosa Universidad de Canford, en un curso impartido por Kevin Costner, quien alabó mi capacidad para no transmitir absolutamente nada.
Al término de semejante formación, como no podía ser de otra forma, me aguardaba una carrera profesional cuyo fin no era otro que alcanzar la mayor notoriedad posible. Aún es muy celebrada, por ejemplo, la creación que compuse de un pollo gigante amarillo cuando trabajaba de hombre anuncio para el restaurante Texco México.
También en cierta ocasión; con motivo del estreno de una versión punk del musical "A Chorus Line", en el Off Broadway, el crítico de la revista "Ganchillo para todos" llegó a comparar mi voz con el canto de un ave tropical atrapada en una trituradora.
Sin embargo; en la autopista a la gloria todos debemos pagar peaje. Y si Brad Pitt hubo de emplearse durante un tiempo como chofer de limusinas, yo he debido procurarme el peculio indispensable para no caer en la indigencia aceptando trabajos menores.
Por ello hipoteco mi talento en "Lenny y Hommer: Payasos a domicilio", donde puedo aplicar toda mi experiencia al noble arte de entretener a los más pequeños.
Me dirigía con éste propósito al domicilio de los Summers, propietarios de "Empresas Cárnicas Summers", cuyo hijo Ricky iba a celebrar su sexto cumpleaños cuando, a un par de calles de distancia de la dirección que mi jefe me había facilitado, vi a aquellos hombres frente al banco.
Llevaban máscaras de payaso los cinco, así que haciendo uso de mi perspicacia natural sumé dos y dos y extraje la conclusión lógica: ¡Aquellos tipos también iban a la casa de los Summers! ¿Cuánto dinero debía tener esa familia si podía permitirse contratar a tantos actores para una simple fiesta de cumpleaños? ¡Pues no iba a dejar que ninguno de aquellos mequetrefes de tercera me robaran protagonismo! ¡No, señor! Así que yo también me puse mi careta de goma, y me uní al grupo.
Avanzamos. ¡Yo qué sabía si entrábamos en el banco! ¡Con esa cosa en la cabeza apenas podía ver nada! ¡Se lo juro!
Debo decir, en honor a la verdad, que me extrañó un poco oír cómo gritaban que todo el mundo se echara al suelo, y que vaciaran la caja fuerte. Pero supuse que estaban jugando con los críos a policías y ladrones. Por lo cual; me metí en mi papel de malo y grité y amenacé más que nadie.
Después llegaron ustedes, con las sirenas y los megáfonos, y vinieron los tiros y los gases lacrimógenos. Y cuando quise darme cuenta estaba en el suelo, boca abajo y esposado.
Créame, señor inspector. Es la verdad.
Y ahora que he prestado declaración; ¿Podría llamar a mi abogado, por favor?