jueves, 19 de febrero de 2009

Mi fantasma

Todo comenzó hace un mes, más o menos. Estaba hojeando la edición dominical del Diario de la Mañana, cuando fui a dar estrepitosamente, con todo el estrépito que provocaría al caer una soprano gorda, vestida de Valquiria, en la sección del periódico llamada "Guía Espiritual".
Ignoro por qué me detuve allí. ¿Los colores? ¿Las sorprendentes fotografías? ¿Los llamativos encabezamientos? Vaya usted a saber, oiga.
A todas luces enfocado a los suscriptores crónicos de tratamientos químicos para la psiquiatría, sus artículos abarcaban una abundante variedad de temas. Desde la confección de cartas astrales, o las lecturas del tarot, hasta la reencarnación. Incluso un manual detallado (con fotos, diagramas y recomendaciones) sobre qué hacer cuando estás muerto. Y los mejores sitios para ir a cenar entonces.
Había uno que me llamó poderosamente la atención, en el que te ofrecían unas hierbas que, tomadas a la par que invocabas a cierto dios de la antiguedad, se te prometía el aumento, de
manera significativa, de lo que el texto llamaba de una manera un tanto eufemística la "Vara de la Virilidad Masculina". Lo deseché. Hay cosas que no debo mezclar con los ansiolíticos. Ni con los laxantes.
También había anunciado el ominoso llamado de un grupo de magia negra, que ofrecía la invocación al Demonio para ayudarte a conseguir tus propósitos. Lo que no entiendo es qué hacía la foto de Esperanza Aguirre junto al reclamo.
En fin.
Y, por último; el hecho causante de mis más recientes desdichas. Un texto que rezaba, literalmente:
"¿Es usted un hombre con clase, con estilo? ¿Es usted un hombre de mundo? ¿Desea tener a su alcance lo más cool? ¡¡Olvídese de costosas obras de arte, que peligran por la codicia de los cacos!! ¿Para qué quiere usted un coche de lujo, cuyo precio se devalúa en el mismo instante en el que sale del concesionario? ¡Sea usted original! ¡Sea único! ¡¡Cómprese su propio fantasma!! Los hay de una gran variedad, de todos los tamaños, géneros y colores. ¿Quiere adquirir un fantasma artista? ¿Qué le parecería tener a Oscar Wilde sentado en el salón, junto a usted? Presuma delante de sus amigos de distinción y originalidad".
Recordé el último gesto de Wilde, quien pidió champán en su lecho de muerte para poder expirar por encima de sus posibilidades, y dejé los ojos en blanco de excitación.
Lo que me tiraba un poco para atrás, a qué negarlo, era la acreditación como obrante de tan gran milagro a un tal Profesor Candongo, nombre que acojonaría hasta las cachas al más pintado, si se enterase en el último momento de que así se llama el piloto del avión en el que va a hacer un viaje trasatlántico, pongamos por caso.
Lo cierto es que lo medité con toda la madurez, y con todo el sentido común que fui capaz de reunir, y al cabo de unos dos minutos largos, lo menos, llamé al teléfono que aparecía en el texto.
Escuché varias veces una repetitiva y empalagosa sonata New Age, que funcionaba como melodía de espera y, acto seguido, todo tipo de recomendaciones de catálogo para proceder a sanaciones, limpiezas espirituales y reordenación del Karma. Al cabo; tuvo lugar la siguiente conversación:
"- ¿Hola? ¿Sí, mi amol?
- Esto, eh, buenas. Yo, es que, ehem, llamaba por lo del anuncio.
- ¿Qué anunssio, mi amol?
- Pues lo de, er, lo del fantasma, claro.
- Aaaah, sí, mi amol, lo del fantasma...
- Sí...
- Bueno, nada mi amol. Tú tranquilo, que Esmeralda te tratara con dulzura, ¿Sí? Díme, sssielo; ¿Ya conoces nuestros servicios?
- Eeeeh, no. Yo, ehém. Creo que ha habido un error. Yo, verá; yo es que llamaba por lo del fantasma; ¿Sabe? Es que tengo una enciclopedia encuadernada en rojo tinto en el salón, y creo que un fantasma le quedaría bonito. Como el mueble donde está expuesta es rústico, sabe usted...
- Aaaah, sí, mi amol. Tranquilo; ¿Tú sabes? Dile a Esmeralda qué es lo que quieres.
- Yo... ¿No se puede poner el profesor Candongo (jamas pensé que tales palabras pudieran salir de mis labios)?
- No, mi amol. Él está ahora en una conferencia astral, con Ángeles, y Arcángeles, y no puede ser molestado; ¿Tú sabes?
- Ya. Claro, me hago cargo.
- ¿Entonssses..?
- Pues bueno, yo... Er, esto, yo quería adquirir el fantasma de un artista, si pudiera ser. Hombre, algo arregladito de precio, claro. Un director de cine sería ideal.
- ¡Ah, si; mi amol! En directores de cine nos quedan, tú sabes, Alfred Hitchcock, o John Ford. Y Billy Wilder, que hace poco que se ha incorporado a nuestro catálogo.
- Ah. Qué bien. Y... ¿De precio?
- Doce mil euros Hitchcock, mi amol. Trece mil John Ford. Igual que Billy Wilder. Pero ahora tenemos una promoción; ¿Tú sabes? Si te llevas uno, te regalamos una suscripción a la revista "Labores de Casa".
- Ya. Bueno, eh, es que es un poquito caro para mi. ¿Algo más arregladito no tendrían?

Noté un hiriente silencio que, aunque duró tan sólo unos segundos, se me reveló eterno.

- ¿Y de cuánto dinero tú dispones, mi amol?
- Eeer... Unos... ¿Trescientos euros?

Una ráfaga helada, capaz de competir en igualdad de condiciones con el más gélido de los vientos de la última Glaciación recorrió la línea, desde tan peculiar operadora, hasta el auricular de mi teléfono.

- Bueno, mi amol. Veré que podemos haserrr..."

Con el ánimo de no aburrirles, me permito omitir el último fragmento de la conversación, pues únicamente versó sobre opciones y precios.
Cuando colgué tuve la misma sensación, a qué negarlo, que experimenté cuando adquirí en la teletienda aquel crecepelo formulado con esperma de rana amazónica.
Tuve la tentación de llamar de nuevo y anular mi pedido pero, a la vez, estaba convencido de que mi estulticia manifiesta merecía un castigo ejemplar. Así que lo dejé correr. Pensé que cualquier sangrado a mi tarjeta de crédito acabaría por escarmentarme.
Pasaron los días. Dos. Tres. Una semana. Y cualquier duda que pudiera albergar acerca de la fiabilidad del profesor Candongo, y de su increíble oferta, acabó por disiparse.
Y sin embargo; cuando ya no me lo esperaba, se obró el milagro. Te lo juro por Arturo.
Allí estaba él. Mi fantasma. Imponente, curioso, juguetón. Le encontré de pie frente a la librería (debo decir que una encuadernación en color caoba le hubiera venido mejor a ese rincón de la casa) y casi sonreí, aliviado.
Bueno, sí. Por trescientos cincuenta euros tan sólo pude adquirir el fantasma de Ed Wood, pero en fin, bien mirado, tampoco es tan malo.
Lo único es que me lo deja todo perdido de hilitos, de su jersey de angora.
Y que la casa me huele ahora a patchulí, que te caes.

1 comentario:

  1. Bueno...tener un fantasma del que fué considerado el peor director de cine de todos los tiempos, no está nada mal!! Me encanta como escribís. Un beso.

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