domingo, 21 de diciembre de 2008

Blancanieves se quedó en Manhattan

Blancanieves se quedó en Manhattan. Y el príncipe destronado tuvo un triste regreso a casa, durante el que no hizo otra cosa que manosear la única foto que conservaba de ella. Una pequeña, y ya vieja, que había perdido alguna esquina, y que estaba cruzada de parte a parte por la cicatriz de una doblez descuidada.

Su vecina de asiento, durante el viaje, fue una ancianita de piel de pergamino, que olía a orina y a alcanfor, y que castañeteaba la dentadura mientras dormía. Y no tuvo, no, la fuerza de voluntad necesaria, apenas sí lo intentó, para tragarse dos horas de película doblada en mexicano.

Así que, si bien temía borrar la imagen que conservaba (tal vez porque no se fiaba de que su memoria, al cabo de algún tiempo, le diera cuenta fielmente de la geografía de aquel rostro), continuó aferrado al papel con fuerza, como un náufrago a un salvavidas.

Cuando el avión aterrizó, y creyó ver en los ojos de la azafata que le despedía cortésmente un rastro del azul pálido de la mirada de la recién perdida, sintió en la boca del estómago el amago amargo de una náusea, y en el corazón la carga de una losa de granito.

También pensó que la mañana era fría.

1 comentario: