lunes, 25 de abril de 2011

Mi encuentro con un escritor serio

Esta mañana he quedado para tomar el vermú con un escritor serio. Este señor, al que admiro sinceramente, mantiene una relación con una amiga mía. Mi amiga, con la candidez propia de las personas entusiastas y de las ensaladas de col, llevaba mucho tiempo insistiéndome para que el mencionado encuentro tuviera lugar. “Será genial”; decía. “Al fin y al cabo; los dos tenéis el mismo oficio.”
De entrada debo decir que un escritor serio así, de cerca, impresiona muchísimo. O sea; respira, toma cañas y se hurga la nariz a escondidas, como si fuera una persona normal. Cierto es que lo hace todo de una forma peculiar, a qué negarlo. No sé si es lacónico, lánguido o estrábico, pero cuando uno le mira no puede evitar pensar: “Uauh, ese tío es escritor, me juego lo que quieras. Escritor serio, además”.
Aunque a mí lo que más me gusta de él es la manera en que fuma. Mantiene el cigarrillo colgado de la comisura de los labios dejando que se consuma y, cada cierto tiempo, le propina una larga chupada con los ojos entornados. Yo he intentado hacer lo mismo; pero me atraganto con el humo y rompo a toser como si fuera un estibador portuario esloveno, de esos en cuyo nombre no hay ni una puta vocal.
Al principio todo ha ido bien. Hemos hablado de teatro, de cine y de política y ha sido una conversación amena y fluida. Es decir; que nos hemos mentido como bellacos.
Pero con su segundo pincho de tortilla, y su tercer vermú con self y rodajita de naranja (yo bebo cerveza; soy así de simplón), la historia ha empezado a tomar un cariz... digamos que algo inesperado.
El escritor serio ha adoptado una pose de superioridad condescendiente, apoyando el codo en la barra (mientras el resto de su cuerpo dibujaba una silueta que recortaba contra el marco de luz que escapaba del baño en un ángulo casi imposible), y ha enarcado la ceja en un gesto muy propio de Vincent Price.
“Sí, bueno”; ha dicho. “Vosotros hacéis ficción ligera, entretenimiento... Buscáis la risa fácil, y eso se consigue con un par de chistes, algún chascarrillo, ya sabes... Además; hay que tener en cuenta que contáis con la inestimable ayuda de los actores, que son quienes realmente conocen al público. Es decir; que si el texto de una función de teatro, o el guión de un capítulo de una serie de televisión, pongamos por caso, no funciona; siempre habrá un actor que con sus tablas, con su experiencia, acabará salvando el papelón. Y si no... Bueno; en fin. Tú eres un cómico, un humorista... Tú sólo haces reír. Hacer reír es fácil; ¿No? En cambio nosotros; los escritores serios, lo tenemos más difícil. Hay que construir una historia, diseñar unos personajes, trabajar sobre la estructura, sobre la coherencia del relato... Tenemos la obligación de cuidar el lenguaje, y de hacer algo único, capaz de emocionar. No puedes imaginarte lo que eso supone. En ocasiones es casi dramático; no sé si me entiendes.”
En momentos así; no puedo negártelo, uno echa de menos su bate de béisbol.
Así que nada; he suspirado afectadamente, como si comprendiera de golpe la inutilidad de mis años de estudios, de mi experiencia y de mi vida en general, he lanzado una devota mirada al generoso escote de la camarera (yo creo que a esta muchacha la conozco, aunque ahora mismo no recuerdo de qué...) y he rezado fervorosamente, pidiendo a Dios que el escritor serio muriera atragantado con su tortilla, o con un anacardo, entre agónicos estertores.
Lo siento por mi amiga, no creas. Debe ser agotador vivir con un tío tan intenso.
Y lo siento por él también... Debe tener las nalgas tan apretadas que seguro que no le cabe, entre ellas, una moneda de euro de canto.
Pero no puedo dejar de admirarle. Además de su inestimable contribución a la historia de la literatura, ha hecho por mí algo por lo que le estaré eternamente agradecido...
Su último libro tiene la extensión idónea para calzar la pata de mi cama.
Por fin podré dormir a gusto.