domingo, 30 de agosto de 2009

La patada a Inoportunito

La culpa, al menos en mi caso, la tiene el teatro. Tú me dirás.
Sí; ya sé que uno no espera ver a un señor en pijama, con su batín (no bata, no. Batín), aparecer así, por las buenas, en la puerta de su despacho, pero tampoco es de lo más normal que el anfitrión se apresure a tocar los muebles, por si son de atrezo, o a buscar las luces de la batería.
Que me costó reaccionar, vaya. O sea.
Pues nada, que ahí estaba Carlos, la otra mañana, vestido de esta guisa. Te lo juro por Arturo.
Te acuerdas de mi amigo Carlos; ¿Verdad? Ahí estaba, digo, con su batín azul y su sonrisa socarrona. Con la cabeza alta, como siempre.
- "Que le hemos dado una patada en el culo a Inoportunito". - Me dice.
Y yo (que a tocapelotas no tengo rival) sonrío también y le contesto: "Ya te lo dije".
Y hay un segundo, de tácita camaradería, en que callamos. Mi amigo ha desterrado el cáncer. Yo soy feliz por eso. Y él lo sabe.
Por desgracia; no siempre estas historias acaban con un final así.
Todos tenemos malas experiencias que contar al respecto.
Por eso es importante tu ayuda. No cierres los ojos. No te tapes los oídos. Colabora.
Por cierto:
Tengo la intención de restregarle por los morros el temita del batín a Carlos, durante todo el tiempo que pueda.
Como ya te dije; a tocapelotas no tengo rival.
Claro que, a lo mejor, tan sólo es culpa del teatro.

domingo, 16 de agosto de 2009

Tullio a dieta (Breve reseña teatral)

El mundillo teatral anda, éstos últimos días, algo revuelto. Desde que el emérito profesor A. B. Dull, de la prestigiosa Universidad de Canford, diera como auténtico el manuscrito "Tullio a dieta", atribuyéndolo a William Shakespeare, muchas han sido las compañías interesadas en llevarla a los escenarios. Tarea que al fin han acometido, con no pocos esfuerzos y desigual fortuna, los integrantes del grupo Teatro Pello, oriundos de la ciudad de Burgos.
Mister A. B. Dull, conocido en el ambiente literario por haber escrito el ensayo: "¿Qué te he hecho yo para que me traigas a ver este espanto, y por qué demonios no decides irte con tu madre, y me dejas en paz de una vez?", en la que analizaba con minucioso detalle los entresijos del teatro inglés actual, y reflexionaba largamente acerca de por qué nadie ha visto nunca, en ninguna ciudad europea, un chino de más de sesenta años, vivo o muerto, contaba en el prólogo a la primera edición que encontró el legajo después de mucho tiempo de laboriosa investigación y profundo estudio, rescatándolo por fin del domicilio de la señora Bridget Murphy; quien llevaba más de treinta años usándolo para calzar la pata de la mesa del comedor.
Tras ver el montaje que los muchachos de Teatro Pello presentaron ayer en Madrid, el crítico abajo firmante ha sacado estas modestas conclusiones:
El príncipe Tullio, en primer lugar, es la esencia misma de la expresión dramática. La escena en la que recrimina a su madre, la reina Brunilda, que su sandwich de jamón y queso no tenga suficiente mayonesa, y culmina con ese monólogo sublime en el que asevera que todos los cocineros del mundo debieran asegurarse de tener pepinillos en la despensa antes de la hora de la cena, constituye el desgarrador testimonio del hombre que, pese a todo, queda siempre a merced del Destino.
Por otra parte Olegaria; la princesa secretamente enamorada del príncipe, aunque éste vista mallas rosas de ballet, simboliza los anhelos de un espíritu puro que ansía conseguir la dicha o, al menos, una buena plaza de aparcamiento.
El malvado Lifart, obviamente, es primo segundo por parte de madre de Yago y, como aquél, hace honor a su linaje y se comporta como una perra. Si bien tiene el detalle de pagar la cuenta del sastre.
Cómo olvidarnos, por supuesto, del rey Angus, quien sucumbe a la tentación y, ya en el acto segundo, se salta el régimen y se pone ciego a pizza, dando origen así a la cadena de acontecimientos que acabarán desatando la tragedia.
Debo decir, sin embargo; que no es "Tullio a dieta" una de las obras mayores de Shakespeare, si bien resulta imprescindible para ayudarnos a entender ese vacío que encontramos en su biografía tras "Otelo", y que algunos eruditos han supuesto que empleó en trabajar de poste de correos en Essex.

sábado, 1 de agosto de 2009

Un cuento. (Dedicado a una princesa besucona)

La noticia corrió, como la pólvora, por el Upper West Side de Manhattan. Emma Pfingsten de Babaland había anunciado su compromiso. Y lo había hecho contra la voluntad de su progenitor; el viejo rey Sigfrid de Babaland.
Litros de tinta se emplearon en emborronar las páginas de los tabloides durante días, y no era para menos. Emma era una joven princesa, asidua a los círculos más elitistas de la society, desde que llegara con su familia a New York a causa de la revolución que los había expulsado del trono de su país. Y en cuanto a Walter; su prometido, si bien era algo más bajo que ella, y plebeyo, quizá no fuera eso lo que representaba el mayor problema. Lo cierto es que el motivo esencial de la oposición del viejo rey al enlace se fundamentaba en el hecho de que Walter era un sapo.
Indiscutiblemente; el peor de todos había sido el día en que la petit princesa había decidido comunicarle la nueva a sus padres.
La reina, viva expresión en carne y bótox del más rancio protocolo de la vieja Europa, y portadora de la legendaria flema y sangre fria de los babalanos, logró conservar la calma durante al menos cinco segundos tras escuchar la noticia, antes de emitir una serie de aterradores berridos y, a fuerza de hiperventilar, sumirse en la inconsciencia.
El rey; más sanguíneo y vehemente, destrozó la habitación del Hilton en la que residían, haciendo uso de su palo de golf y de una pésima puntería.
- ¡Insensata! ¡Necia! Casarte con un sapo. ¡Un sapo! ¡Dónde se ha visto eso!
- Pero, el abuelo Edmund...
- ¡No es lo mismo! El abuelo Edmund se fugó con un bacalao porque le recordaba a su difunta esposa Karen. ¡Pero recuperó la cordura y a las dos semanas volvió a casa!
- Nosotros nos amamos...
- Eso no es amor, eso es, es... ¡Aberrante! ¡Dios, nunca pude entender a la cerdita Peggy!
- ¡Pues nos casaremos!
- ¡Por encima de mi cadáver!
- ¡Papá!
- Pero hija mía; ¿Es que no lo entiendes? Walter es un sapo. ¡Un sapo! ¿Dónde vais a vivir, por amor de Dios? ¿En la charca de Shrek?
De nada sirvieron las razones, las súplicas o las amenazas. Emma estaba dispuesta a llevar su amor por Walter hasta el final, y nada ni nadie podrían impedirlo. No hay que olvidar que le sobraba coraje para afrontar cualquier adversidad, pues era una Pfingsten. Ya su antepasado Wolfgang accedió al trono cuando, durante la famosa Guerra de Los Quince Años y Un Rato, entre Babaland y su vecina Tontunia; descubrió que los arenques eran el arma definitiva pues, al arrojárserlos al enemigo, a éste se le llenaban las trincheras de gatos, situación que les incomodaba sobremanera, de forma que sufrían crisis nerviosas, ataques de ansiedad, y la mayoría acababan desertando (Eso le sirvió a Wolfgang para verse recompensado con la mano de la princesa heredera).
Durante los días siguientes se sucedieron los preparativos a ritmo vertiginoso aunque, tristemente, hubieron de verse momentáneamente aplazados a causa de la muerte de Norbert, un primo de Walter. Las malas lenguas llegaron a contar que se habían servido las ancas de Norbert en un restaurante del Soho.
Mientras tanto; los padres de Emma intentaban hacerse una idea de lo que les esperaba. Llegaron a ver tantas veces la película "Adivina quién viene esta noche", que eran capaces de recitar de memoria sus diálogos. Si bien hubo un momento en que pensaron que podrían burlar al Destino cuando un antiguo novio de Emma; el príncipe Louis Pantene II, reapareció en sus vidas.
Louis Pantene era guapo como un maniquí, tenía una larga melena, suave y sedosa, y un culo tan duro que podría partir nueces con sus cachetes.
Pero las esperanzas de los viejos reyes se desinflaron pronto; cual balón playero, al descubrir que el príncipe tan sólo había viajado a New York con el propósito de hacer las pruebas para formar parte del cuerpo de baile de un nuevo espectáculo en Broadway, que iba a titularse "Las alegres travestís birmanas".
Nada pudo impedir, como ustedes ya supondrán, que la pareja formalizase su unión, pues de todos es sabido que, si hay una mujer empeñada en ello; el matrimonio, así como todos los desastres de la naturaleza, acaba siendo inevitable.
Y ni los cronistas de la prensa rosa podrían decir si Emma y Walter acabaron comiendo perdices, pero todo el mundo coincidió en afirmar que, el día del enlace, no se había visto una novia más radiante, o un novio con los ojos más saltones.